La inmigración en España ha existido desde siempre, pero es, desde la década de 1990, un fenómeno de gran importancia demográfica y económica. Según el censo INE 2009, el 12% de la población de España es de nacionalidad extranjera.
En unas pocas décadas, España ha pasado de ser un país emisor de
emigrantes a ser un receptor de flujo migratorio. A partir de
1973, con la
crisis del petróleo, la emigración de españoles al extranjero empezó a dejar de ser significativa y se produjo el retorno de muchos emigrantes españoles que se mantiene hoy en día, se cree que ha sido forzado por el descenso del atractivo laboral de los países de acogida y otras relacionadas con asuntos de pensión de vejez.
El restablecimiento de la
democracia coincidió con una fase de relativo equilibrio en los saldos migratorios netos, que se prolongó hasta mediados de la década de los noventa. En la actualidad se piensa también que las nuevas generaciones de españoles nacidos en el extranjero retornan debido principalmente a un sentido más favorable de la relación trabajo-valor que resulta más atractiva por el
Euro comparándolo siempre desde países no comunitarios donde el Euro es altamente cotizado.
Junto con el dinamismo que ha mostrado la
economía española desde entonces, se cuenta el fuerte crecimiento de la inmigración no española. Desde el año 2000, España ha presentado una de las mayores
tasas de inmigración del mundo (de tres a cuatro veces mayor que la tasa media de
Estados Unidos, ocho veces más que la
francesa. En 2005 sólo superada en términos relativos en el continente europeo por Chipre y Andorra
[2] ). En la actualidad, sin embargo, su tasa de inmigración neta llega solo al 0,99%, ocupando el puesto n° 15 en la
Unión Europea.
[3] Es además, el 9° país con mayor porcentaje de inmigrantes dentro de la UE, por debajo de países como
Luxemburgo,
Irlanda,
Austria o
Alemania.
[4]España es, además, el décimo país del planeta que más inmigrantes posee en números absolutos, por detrás de países como
Estados Unidos,
Rusia,
Alemania,
Ucrania,
Francia,
Canadá o el
Reino Unido.
[5] En los cinco años posteriores, la población extranjera se había multiplicado por cuatro, asentándose en el país casi tres millones de nuevos habitantes. Según el censo del 2008, el 11,3% de los residentes en España era de nacionalidad extranjera.